El Toboso

EN ESTA PÁGINA PUEDES LEER COMO SANCHO Y DON QUIJOTE VISITARON EL TOBOSO Y DE LO QUE SUCEDIÓ EN EL PRIMER Y ÚNICO ENCUENTRO QUE TUVO DON QUIJOTE CON ALDONZA LORENZO (DULCINEA) Capítulo IX Donde se cuenta lo que en él se verá Media noche era por filo, poco más a menosI , 1 , cuando don Quijote y Sancho dejaron el monte y entraron en el Toboso. Estaba el pueblo en un sosegado silencio, porque todos sus vecinos dormían y reposaban a pierna tendida2 , como suele decirse. Era la noche entreclara3 , puesto que quisiera Sancho que fuera del todo escura, por hallar en su escuridad disculpa de su sandez. No se oía en todo el lugar sino ladridos de perros4 , que atronaban los oídos de don Quijote y turbaban el corazón de Sancho. De cuando en cuando rebuznaba un jumento, gruñían puercos, mayaban gatos, cuyas voces, de diferentes sonidos, se aumentaban con el silencio de la noche, todo lo cual tuvo el enamorado caballero a mal agüero; pero, con todo esto, dijo a Sancho: —Sancho hijo, guía al palacio de Dulcinea: quizá podrá ser que la hallemos despierta. —¿A qué palacio tengo de guiar, cuerpo del sol5 —respondió Sancho—, que en el que yo vi a su grandeza no era sino casa muy pequeña? —Debía de estar retirada entonces —respondió don Quijote— en algún pequeño apartamiento de su alcázar6 , solazándose a solas con sus doncellas, como es uso y costumbre de las altas señoras y princesas. —Señor —dijo Sancho—, ya que vuestra merced quiere, a pesar mío, que sea alcázar la casa de mi señora Dulcinea, ¿es hora esta por ventura de hallar la puerta abierta? ¿Y será bien que demos aldabazos para que nos oyan y nos abran7 , metiendo en alboroto y rumor toda la gente8 ? ¿Vamos por dicha a llamar a la casa de nuestras mancebas, como hacen los abarraganados, que llegan y llaman y entran a cualquier hora, por tarde que sea? —Hallemos primero una por una el alcázar9 —replicó don Quijote—, que entonces yo te diré, Sancho, lo que será bien que hagamos. Y advierte, Sancho, o que yo veo poco o que aquelII bulto grande y sombra que desde aquí se descubre la debe de hacer el palacio de Dulcinea. —Pues guíe vuestra merced —respondió Sancho—: quizá será así; aunque yo lo veré con los ojos y lo tocaré con las manos10 , y así lo creeré yo como creer que es ahora de día. Guió don Quijote, y habiendo andado como docientos pasos, dio con el bulto que hacía la sombra, y vio una gran torre, y luego conoció que el tal edificio no era alcázar, sino la iglesia principal del pueblo. Y dijo: —Con la iglesia hemos dado, Sancho11 . —Ya lo veo —respondió Sancho—, y plega a Dios que no demos con nuestra sepultura, que no es buena señal andar por los cimenterios a tales horas12 , y más habiendo yo dicho a vuestra merced, si mal no me acuerdoIII , que la casa desta señora ha de estar en una callejuela sin salida13 . —¡Maldito seas de Dios, mentecato! —dijo don Quijote—. ¿Adónde has tú hallado que los alcázares y palacios reales estén edificados en callejuelas sin salida? —Señor —respondió Sancho—, en cada tierra su uso14 : quizá se usa aquí en el Toboso edificar en callejuelas los palacios y edificiosIV grandes; y, así, suplico a vuestra merced me deje buscar por estas calles o callejuelas que se me ofrecen: podríaV ser que en algún rincón topase con ese alcázar, que le vea yo comido de perros, que así nos trae corridos y asendereados15 . —Habla con respeto, Sancho, de las cosas de mi señora —dijo don Quijote—, y tengamos la fiesta en paz, y no arrojemos la soga tras el caldero16 . —Yo me reportaré —respondió Sancho—, pero ¿con qué paciencia podré llevar que quiera vuestra merced que de sola una vez que vi la casa de nuestra ama la haya de saber siempre y hallarla a media noche, no hallándola vuestra merced, que la debe de haber visto millares de veces? —Tú me harás desesperar17 , Sancho —dijo don Quijote—. Ven acá, hereje: ¿no te he dicho mil veces que en todos los días de mi vida no he visto a la sin par Dulcinea, ni jamás atravesé los umbrales de su palacio, y que solo estoy enamorado de oídas y de la gran fama que tiene de hermosa y discreta18 ? —Ahora lo oigo —respondió Sancho—; y digo que pues vuestra merced no la ha visto, ni yo tampoco. —Eso no puede ser —replicó don Quijote—, que por lo menos ya me has dicho tú que la viste ahechando trigo, cuando me trujiste la respuesta de la carta que le envié contigo. —No se atenga a eso, señor —respondió Sancho—, porque le hago saber que también fue de oídas la vista y la respuesta que le truje19 ; porque así sé yo quién es la señora Dulcinea como dar un puño en el cielo20 . —Sancho, Sancho —respondió don Quijote—, tiempos hay de burlar y tiempos donde caen y parecen mal las burlas21 . No porque yo diga que ni he visto ni hablado a la señora de mi alma has tú de decir también que ni la has hablado ni visto, siendo tan al revés como sabes. Estando los dos en estas pláticas, vieron que venía a pasar por donde estaban uno con dos mulas, que por el ruido que hacía el arado, que arrastraba por el suelo, juzgaron que debía de ser labrador, que habría madrugado antes del día a irVI a su labranza22, y así fue la verdad. Venía el labrador cantandoVII aquel romance que dicenVIII: Mala la hubistes, franceses, en esa de Roncesvalles23. —Que me maten, Sancho —dijo en oyéndole don Quijote—, si nos ha de suceder cosa buena esta noche. ¿No oyes lo que viene cantando ese villano24? —Sí oigo —respondió Sancho—, pero ¿qué hace a nuestro propósito la caza de Roncesvalles25? Así pudiera cantar el romance de Calaínos26, que todo fuera uno para sucedernos bien o mal en nuestro negocio. Llegó en esto el labrador, a quien don Quijote preguntó: —¿Sabréisme decir, buen amigo, que buena ventura os dé Dios, dónde son por aquí los palacios de la sin par princesa doña Dulcinea del Toboso27? —Señor —respondió el mozo—, yo soy forastero y ha pocos días que estoy en este pueblo sirviendo a un labrador rico en la labranza del campo. En esa casa frontera viven el cura y el sacristán del lugar28; entrambos o cualquier dellos sabrá dar a vuestra merced razón desa señora princesa, porque tienen la lista de todos los vecinos del Toboso29, aunque para mí tengo que en todo él no vive princesa alguna: muchas señoras, sí, principales, que cada una en su casa puede ser princesa. —Pues entre esas —dijo don Quijote— debe de estar, amigo, esta por quien te pregunto. —Podría ser —respondió el mozo—; y adiós, que ya viene el alba. Y dando a sus mulas, no atendió a más preguntas30. Sancho, que vio suspenso a su señor y asaz mal contento, le dijo: —Señor, ya se viene a más andar el día y no será acertado dejar que nos halle el sol en la calle: mejor será que nos salgamos fuera de la ciudad y que vuestra merced se embosque en alguna floresta aquí cercana31, y yo volveré de día, y no dejaré ostugo en todo este lugar donde no busque la casa, alcázar o palacio de mi señora32, y asaz sería de desdichado si no leIX hallase; y hallándole, hablaré con su merced y le diré dónde y cómo queda vuestra merced esperando que le dé orden y traza para verla, sin menoscabo de su honra y fama. —Has dicho, Sancho —dijo don Quijote—, mil sentencias encerradas en el círculo de breves palabras: el consejo que ahora me has dado le apetezco y recibo de bonísima gana33. Ven, hijo, y vamos a buscar donde me embosque, que tú volverás, como dices, a buscar, a ver y hablarX a mi señora, de cuya discreción y cortesía espero más que milagrosos favores. Rabiaba Sancho por sacar a su amo del pueblo, porque no averiguase la mentira de la respuesta que de parte de Dulcinea le había llevado a Sierra Morena, y, así, dio priesa a la salida, que fue luego, y a dos millas del lugarXI hallaron una floresta o bosque, donde don Quijote se emboscó en tanto que Sancho volvía a la ciudad a hablar a Dulcinea, en cuya embajada le sucedieron cosas que piden nueva atención y nuevo créditoXII, 34. Capítulo X Donde se cuenta la industria que Sancho tuvo para encantar a la señora Dulcinea1, y de otros sucesos tan ridículos como verdaderos Llegando el autor desta grande historia a contar lo que en este capítulo cuenta, dice que quisiera pasarle en silencio, temeroso de que no había de ser creído, porque las locuras de don Quijote llegaron aquí al término y raya de las mayores que pueden imaginarse, y aun pasaron dos tiros de ballesta más allá de las mayores. Finalmente, aunque con este miedo y recelo, las escribió de la misma manera que él las hizo, sin añadir ni quitar a la historia un átomo de la verdad, sin dársele nada por objecionesI que podían ponerle de mentiroso; y tuvo razón, porque la verdad adelgaza y no quiebra2, y siempre anda sobre la mentira, como el aceite sobre el agua. Y así, prosiguiendo su historia, dice que así como don Quijote se emboscó en la floresta, encinar o selva junto al gran Toboso, mandó a Sancho volver a la ciudad y que no volviese a su presencia sin haber primero hablado de su parte a su señora, pidiéndola fuese servida de dejarse ver de su cautivo caballero3 y se dignase de echarle su bendición, para que pudiese esperar por ella felicísimos sucesos de todos sus acometimientos y dificultosas empresas. Encargóse Sancho de hacerlo así como se le mandaba y de traerleII tan buena respuesta como le trujo la vez primera. —Anda, hijo —replicó don Quijote—, y no te turbes cuando te vieres ante la luz del sol de hermosura que vas a buscar. ¡Dichoso tú sobre todos los escuderos del mundo! Ten memoria, y no se te pase della cómo te recibe: si muda las colores el tiempo que la estuvieres dando mi embajada4; si se desasosiega y turba oyendo mi nombre; si no cabe en la almohada5, si acaso la hallas sentada en el estrado rico de su autoridad; y si está en pie, mírala si se pone ahora sobre el uno, ahora sobre el otro pie; si te repite la respuesta que te diere dos o tres veces; si la muda de blanda en áspera, de aceda en amorosa6; si levanta la mano al cabello para componerle, aunque no esté desordenado... Finalmente, hijo, mira todas sus acciones y movimientos, porque si tú me los relatares como ellos fueron, sacaré yo lo que ella tiene escondido en lo secreto de su corazón acerca de lo que al fecho de mis amores toca: que has de saber, Sancho, si no lo sabes, que entre los amantes las acciones y movimientos exteriores que muestran cuando de sus amores se trata son certísimos correos que traen las nuevas de lo que allá en lo interior del alma pasa. Ve, amigo, y guíete otra mejor ventura que la mía, y vuélvate otro mejor suceso del que yo quedo temiendo y esperando en esta amarga soledad en que me dejas7. —Yo iré y volveré presto —dijo Sancho—; y ensanche vuestra merced, señor mío, ese corazoncillo, que le debe de tener agora no mayor que una avellana, y considere que se suele decir que buen corazón quebranta mala ventura, y que donde no hay tocinos, no hay estacas8; y también se dice: «Donde no piensaIII, salta la liebre9». Dígolo porque si esta noche no hallamos los palacios o alcázares de mi señora, agora que es de día los pienso hallar, cuando menos los pienseIV; y hallados, déjenme a mí con ella. —Por cierto, Sancho —dijo don Quijote—, que siempre traes tus refranes tan a pelo de lo que tratamos10 cuanto me dé Dios mejor ventura en lo que deseo. Esto dicho, volvió Sancho las espaldas y vareó su rucio11, y don Quijote se quedó a caballo descansando sobre los estribos y sobre el arrimo de su lanza12, lleno de tristes y confusas imaginaciones, donde le dejaremos, yéndonos con Sancho Panza, que no menos confuso y pensativo se apartó de su señor que él quedaba13; y tanto, que apenas hubo salido del bosque, cuando, volviendo la cabeza, y viendo que don Quijote no parecía14, se apeó del jumento y, sentándose al pie de un árbol, comenzó a hablar consigo mesmo y a decirse15: —Sepamos agora, Sancho hermano, adónde va vuesa merced. ¿Va a buscar algún jumento que se le haya perdido16? —No, por cierto. —Pues ¿qué va a buscar? —Voy a buscar, como quien no dice nada, a una princesa, y en ella al sol de la hermosura y a todo el cielo junto. —¿Y adónde pensáis hallar eso que decís, Sancho? —¿Adónde? En la gran ciudad del Toboso. —Y bien, ¿y de parte de quién la vais a buscar? —De parte del famoso caballero don Quijote de la Mancha, que desface los tuertos y da de comer al que ha sed y de beber al que ha hambre17. —Todo eso está muy bien. ¿Y sabéis su casa, Sancho? —Mi amo dice que han de ser unos reales palacios o unos soberbios alcázares. —¿Y habéisla visto algún día por ventura? —Ni yo ni mi amo la habemos visto jamás. —¿Y paréceos que fuera acertado y bien hecho que si los del Toboso supiesen que estáis vos aquí con intención de ir a sonsacarles sus princesas18 y a desasosegarles sus damas, viniesen y os moliesen las costillas a puros palos y no os dejasen hueso sano? —En verdad que tendrían mucha razón, cuando no considerasen que soy mandado, y que Mensajero sois, amigo, no merecéisV culpa, non19. —No os fiéis en eso, Sancho, porque la gente manchega es tan colérica como honrada y no consiente cosquillas de nadie20. Vive Dios que si os huele, que os mando mala ventura21. — ¡Oxte, puto! ¡Allá darás, rayo22! ¡No, sino ándeme yo buscando tres pies al gato por el gusto ajeno! Y más, que así será buscar a Dulcinea por el Toboso como a Marica por Ravena o al bachiller en Salamanca23. ¡El diablo, el diablo me ha metido a mí en esto, que otro no! Este soliloquio pasó consigo Sancho, y lo que sacó dél fue que volvió a decirse: —Ahora bien, todas las cosas tienen remedio, si no es la muerte24, debajo de cuyo yugo hemos de pasar todos, mal que nos pese, al acabar de la vida. Este mi amo por mil señales he visto que es un loco de atar, y aun también yo no le quedo en zaga25, pues soy más mentecato que él, pues le sigo y le sirvo, si es verdadero el refrán que dice: «Dime con quién andas, decirte he quién eres», y el otro de «No con quien naces, sino con quien paces26». Siendo, pues, loco, como lo es, y de locura que las más veces toma unas cosas por otras y juzga lo blanco por negro y lo negro por blanco, como se parecióVI cuando dijo que los molinos de viento eran gigantes, y las mulas de los religiosos dromedarios27, y las manadas de carneros ejércitos de enemigos, y otras muchas cosas a este tono28, no será muy difícil hacerle creer que una labradora, la primera que me topare por aquí, es la señora Dulcinea; y cuando él no lo crea, juraré yo, y si él jurare, tornaré yo a jurar, y si porfiare, porfiaré yo más, y de manera que tengo de tener la mía siempre sobre el hito, venga lo que viniere29. Quizá con esta porfía acabaré con él que no me envíe otra vez a semejantes mensajerías30, viendo cuán mal recado le traigo dellas, o quizá pensará, como yo imagino, que algún mal encantador de estos que él dice que le quieren mal la habrá mudado la figura, por hacerle mal y daño. Con esto que pensó SanchoVII Panza quedó sosegado su espíritu y tuvo por bien acabado su negocio, y deteniéndoseVIII allí hasta la tarde31, por dar lugar a que don Quijote pensase que leIX habíaX tenido para ir y volver del Toboso32. Y sucedióle todo tan bien, que cuando se levantó para subir en el rucio vio que del Toboso hacia donde él estaba venían tres labradoras sobre tres pollinos, o pollinas, que el autor no lo declara, aunque más se puede creer que eran borricas33, por ser ordinaria caballería de las aldeanas; pero como no va mucho en esto34, no hay para qué detenernos en averiguarlo. En resolución, así como Sancho vio a las labradoras, a paso tirado volvió a buscar a su señor don Quijote, y hallóle suspirando y diciendo mil amorosas lamentaciones. Como don Quijote le vio, le dijo: —¿Qué hay, Sancho amigo? ¿Podré señalar este día con piedra blanca o con negra35? —Mejor será —respondió Sancho— que vuesa merced la señaleXI con almagre, como rétulosXII de cátedras36, porque le echen bien de ver los que le vieren. —De ese modo —replicó don Quijote—, buenas nuevas traes. —Tan buenas —respondió Sancho—, que no tiene más que hacer vuesa merced sino picar a Rocinante y salir a lo raso a ver a la señora Dulcinea del Toboso37, que con otras dos doncellas suyas viene a ver a vuesa merced. —¡Santo Dios! ¿Qué es lo que dices, Sancho amigo? —dijo don Quijote—. Mira no me engañes, ni quieras con falsas alegrías alegrar mis verdaderas tristezas. —¿Qué sacaría yo de engañar a vuesa merced —respondió Sancho—, y más estando tan cerca de descubrir mi verdad? Pique, señor, y venga, y verá venir a la princesa nuestra ama vestida y adornada, en fin, como quien ella es. Sus doncellas y ella todas son una ascua de oro38, todas mazorcasXIII de perlas39, todas son diamantes, todas rubíes, todas telas de brocado de más de diez altos40; los cabellos, sueltos por las espaldas, que son otros tantos rayos del sol que andan jugando con el viento41; y, sobre todo42, vienen a caballo sobre tres cananeas remendadas43, que no hay más que ver44. —Hacaneas querrás decir, Sancho. —Poca diferencia hay —respondió Sancho—XIV; de cananeas a hacaneas; pero, vengan sobre lo que vinieren, ellas vienenXV las más galanas señoras que se puedan desear, especialmente la princesa Dulcinea mi señora, que pasma los sentidos. —Vamos, Sancho hijo —respondió don Quijote—, y en albricias destas no esperadas como buenas nuevas45 te mando el mejor despojo que ganare en la primera aventura que tuviere46, y si esto no te contenta, te mando las crías que este año me dieren las tres yeguas mías, que tú sabes que quedan para parir en el prado concejil de nuestro pueblo47. —A las crías me atengo —respondió Sancho—, porque de ser buenos los despojos de la primera aventura no está muy cierto48. Ya en esto salieron de la selva y descubrieron cerca a las tres aldeanas. Tendió don Quijote los ojos por todo el camino del Toboso, y como no vio sino a las tres labradoras, turbóse todo y preguntó a Sancho si las había dejado fuera de la ciudad. —¿Cómo fuera de la ciudad? —respondióXVI—. ¿Por ventura tiene vuesa merced los ojos en el colodrillo49, que no vee que son estas las que aquí vienen, resplandecientes como el mismo sol a medio día? —Yo no veo, Sancho —dijo don Quijote—, sino a tres labradoras sobre tres borricos. —¡Agora me libre Dios del diablo! —respondió Sancho—. ¿Y es posible que tres hacaneas, o como se llaman, blancas como el ampo de la nieve50, le parezcan a vuesa merced borricos? ¡Vive el Señor que me pele estas barbas si tal fuese verdad! —Pues yo te digo, Sancho amigo —dijo don Quijote—, que es tan verdad que son borricos, o borricas, como yo soy don Quijote y tú Sancho Panza; a lo menos, a mí tales me parecen. —Calle, señor —dijo Sancho—, no diga la tal palabra51, sino despabile esos ojos y venga a hacer reverenciaXVII a la señora de sus pensamientos, que ya llega cerca. Y, diciendo esto, se adelantó a recebir a las tres aldeanas y, apeándose del rucio, tuvo del cabestro al jumento de una de las tres labradoras y, hincando ambas rodillas en el suelo, dijo: —Reina y princesa y duquesa de la hermosura, vuestra altivez y grandeza sea servida de recebir en su gracia y buen talenteXVIII al cautivo caballero vuestro52, que allí está hecho piedra mármol, todo turbado y sin pulsos, de verse ante vuestra magnífica presencia53. Yo soy Sancho Panza, su escudero, y él es el asendereado caballero don Quijote de la Mancha54, llamado por otro nombre el Caballero de la Triste Figura. A esta sazón ya se había puesto don Quijote de hinojos junto a Sancho y miraba con ojos desencajados y vista turbada a la que Sancho llamaba reina y señora; y comoXIX no descubría en ella sino una moza aldeana, y no de muy buen rostro, porque era carirredonda y chata, estaba suspenso y admirado55, sin osar desplegar los labios. Las labradoras estaban asimismo atónitas, viendo aquellos dos hombres tan diferentes hincados de rodillas, que no dejaban pasar adelante a suXX compañera; pero rompiendo el silencio la detenida, toda desgraciada y mohína56, dijo: —Apártense nora en tal del camino, y déjenmos pasar57, que vamos depriesa. A lo que respondió Sancho: —¡Oh princesa y señora universal del Toboso! ¿Cómo vuestro magnánimoXXI corazón no se enternece viendo arrodillado ante vuestra sublimada presencia a la coluna y sustento de la andante caballería58? Oyendo lo cual otra de las dos, dijo: —Mas ¡jo, que te estrego, burra de mi suegro59! ¡Mirad con qué se vienen los señoritos ahora a hacer burla de las aldeanas, como si aquí no supiésemos echar pullas como ellos60! Vayan su camino e déjenmos hacer el nueso, y serles ha sano61. —Levántate, Sancho —dijo a este punto don Quijote—, que ya veo que la fortuna, de mi mal no harta62, tiene tomados los caminos todos por donde pueda venir algún contento a esta ánima mezquina que tengo en las carnes. Y tú, ¡oh estremo del valor que puede desearse, término de la humana gentileza, único remedio deste afligido corazón que te adora!, ya que el maligno encantador me persigue y ha puesto nubes y cataratas en mis ojos63, y para solo ellos y no para otros ha mudado y transformado tu sin igual hermosura y rostro en el de una labradora pobre, si ya también el mío no le ha cambiado en el de algún vestiglo, para hacerle aborrecible a tus ojos, no dejes de mirarme blanda y amorosamente, echando de ver en esta sumisión y arrodillamiento que a tu contrahecha hermosura hago la humildad con que mi alma te adora64. —¡Tomá que mi agüelo65! —respondió la aldeana—. ¡Amiguita soy yo de oír resquebrajos66! Apártense y déjenmos ir, y agradecérselo hemos. Apartóse Sancho y dejóla ir, contentísimo de haber salido bien de su enredo. Apenas se vio libre la aldeana que había hecho la figura de Dulcinea67, cuando, picando a su cananea con un aguijón que en un palo traía, dio a correr por el prado adelante; y como la borrica sentía la punta del aguijón, que leXXII fatigaba más de lo ordinario, comenzó a dar corcovos, de manera que dio con la señora Dulcinea en tierra; lo cual visto por don Quijote, acudió a levantarla, y Sancho a componer y cinchar el albarda, que también vino a la barriga de la pollina. Acomodada, pues, la albarda, y quiriendo don Quijote levantar a su encantada señora en los brazos sobre la jumenta, la señora, levantándose del suelo, le quitó de aquel trabajo, porque, haciéndose algún tanto atrás, tomó una corridica68 y, puestas ambas manos sobre las ancas de la pollina, dio con su cuerpo, más ligero que un halcón, sobre la albarda, y quedó a horcajadas, como si fuera hombre; y entonces dijo Sancho: —¡Vive Roque que es la señora nuestra ama más ligera que un alcotánXXIII, 69 y que puede enseñar a subir a la jineta al más diestro cordobés o mexicano! El arzón trasero de la silla pasó de un salto, y sin espuelas hace correr la hacanea como una cebra. Y no le van en zaga sus doncellas, que todas corren como el viento. Y así era la verdad, porque, en viéndose a caballo Dulcinea, todas picaron tras ella y dispararon a correr, sin volver la cabeza atrás por espacio de más de media legua. Siguiólas don Quijote con la vista, y cuando vio que no parecían, volviéndose a Sancho, le dijo: —Sancho, ¿qué te parece cuán mal quisto soy de encantadores70? Y mira hasta dónde se estiende su malicia y la ojeriza que me tienen, pues me han querido privar del contento que pudiera darme ver en su ser a mi señora. En efecto71, yo nací para ejemplo de desdichados y para ser blanco y terrero donde tomen la mira y asiesten las flechas de la mala fortuna72. Y has también de advertir, Sancho, que no se contentaron estos traidores de haber vuelto y transformado a mi Dulcinea, sino que la transformaron y volvieron en una figura tan baja y tan fea como la de aquella aldeana, y juntamente le quitaron lo que es tan suyo de las principales señoras73, que es el buen olor, por andar siempre entreXXIV ámbares y entre flores. Porque te hago saber, Sancho, que cuando llegué a subir a Dulcinea sobre su hacanea, según tú dices, que a mí me pareció borrica, me dio un olor de ajos crudos74, que me encalabrinó y atosigó el alma75. —¡Oh canalla! —gritó a esta sazón Sancho—. ¡Oh encantadores aciagos y malintencionados, y quién os viera a todos ensartados por las agallas, como sardinas en lercha76! Mucho sabéis, mucho podéis y mucho másXXV hacéis. Bastaros debiera, bellacos, haber mudado las perlas de los ojos de mi señora en agallas alcornoqueñas77, y sus cabellos de oro purísimo en cerdas de cola de buey bermejo, y, finalmente, todas sus faciones de buenas en malas, sin que le tocárades en el olor, que por él siquiera sacáramos lo que estaba encubierto debajo de aquella fea corteza; aunque, para decir verdad, nunca yo vi su fealdad, sino su hermosura, a la cual subía de punto y quilates un lunar que tenía sobre el labio derecho, a manera de bigote78, con siete o ocho cabellos rubios como hebras de oro y largos de más de un palmo. —A ese lunar —dijo don Quijote—, según la correspondencia que tienen entre sí los del rostro con los del cuerpo, ha de tener otro Dulcinea en la tabla del muslo que corresponde al lado donde tiene el del rostro79; pero muy luengos para lunares son pelos de la grandeza que has significado. —Pues yo sé decir a vuestra merced —respondió Sancho— que le parecían allí como nacidos80. —Yo lo creo, amigo —replicó don Quijote—, porque ningunaXXVI cosa puso la naturaleza en Dulcinea que no fuese perfecta y bien acabada; y así, si tuviera cien lunares como el que dices, en ella no fueran lunares, sino lunas y estrellas resplandecientes. Pero dime, Sancho: aquella que a mí me pareció albarda que tú aderezaste, ¿era silla rasa o sillón? —No era —respondió Sancho— sino silla a la jineta81, con una cubierta de campo que vale la mitad de un reino82, según es de rica. —¡Y que no viese yo todo eso, Sancho! —dijo don Quijote—. Ahora torno a decir y diré mil veces que soy el más desdichado de los hombres. Harto tenía que hacer el socarrón de Sancho en disimular la risa, oyendo las sandeces de su amo, tan delicadamente engañado. Finalmente, después de otras muchas razones que entre los dos pasaron83, volvieron a subir en sus bestias y siguieron el camino de Zaragoza, adonde pensaban llegar a tiempo que pudiesen hallarse en unas solenes fiestas que en aquella insigne ciudad cada año suelen hacerse84. Pero antes que allá llegasen les sucedieron cosas que, por muchas, grandes y nuevas, merecen ser escritas y leídas, como se verá adelante. EN ESTAS FOTOS PUEDES OBSERVAR COMO ES HOY DÍA EL PUEBLO DEL TOBOSO, TAMBIÉN ENCONTRARÁS IMÁGENES DE LA SUPUESTA CASA DE DULCINEA Y ALGUNOS MONUMENTOS DEDICADOS A DON QUIJOTE Y A DULCINEA.








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